Los aborígenes de los estados de Nebraska y de Misuri (E.E.U.U.) ya usaban la raíz de la equinacea para curar las heridas infectadas y las mordeduras de serpientes. A finales del siglo XIX, el doctor Meyer, un investigador médico, descubrió sus propiedades conviviendo entre los indios. Desde entonces, la equinacea ha sido objeto de numerosos estudios científicos, que han ido revelando las numerosas virtudes de esta planta, así como su mecanismo de acción. Podemos considerar que la echinacea es la planta sobre la que mayor número de estudios científicos de han realizado.
En la echinacea (echinacea purpúrea o angustifolia) encontramos numerosos principios activos: aceites esenciales (geranil-isobutirato, terpenos y cis-1,8-pentadecadieno, sustancia que in vitro posee propiedades oncolíticas); equinacósido (glucósido con marcado efecto antibiótico sobre diversos gérmenes, especialmente sobre el estafilococo dorado); poliacetilenos (bactericida y fungicida); resinas, inulina, vitamina C, etc.
La tradición unida a los numerosos estudios e investigaciones experimentales y clínicas señalan las siguientes propiedades fundamentales...