El que llegaría a ser el Dr. Bach destacó desde la infancia por ser un niño diferente a los demás, mostrando un interés extraordinario por la naturaleza y una profunda sensibilidad hacia la enfermedad de los demás. Ya a los seis años había decidido que iba a estudiar medicina, porque deseaba curar a las personas. Nunca imaginó que en su infatigable lucha se enfrentaría a profundos sufrimientos.
Tras licenciarse en medicina y de varios años dedicados a la investigación y a los estudios en el campo inmunológico –y de curar a sus pacientes de hospital- enfermó gravemente. El diagnóstico era una condena a muerte sin remisión: un tumor con metástasis, tres meses de vida. Era el año 1917. Bach tenía sólo treinta y un años y en los últimos tiempos había trabajado intensamente, sin ahorrar energías. Como es comprensible, llegó a sentir una terrible desesperación. Extenuado de cuerpo y mente, sólo gracias a su férrea determinación alcanzó el propósito que le guiaría desde entonces. Unos meses después, a pesar del diagnóstico formulado y para sorpresa de sus colegas se encontraba vivo y con ganas de seguir trabajando a favor de los demás. Pienso que esa determinación altruista lo mantuvo con vida hasta, al menos, poder dejarnos un legado perdurable en el tiempo. Bach falleció en 1936, diecinueve años después de haber sido condenado a muerte...