La arcilla es una sustancia extraordinariamente terapéutica en muchos sentidos (desinfectante, revitalizante, remineralizante, calmante, etc) y sus aplicaciones en la piel ofrecen resultados evidentes de manera casi inmediata. Aunque todas las arcillas tiene propiedades muy similares, cada una de ellas está indicada, o suele usarse, con fines determinados. A nivel interno es una sustancia viva que actúa con discernimiento y frena la proliferación de cuerpos parasitarios, microbios o bacterias patógenas, a la vez que favorece la reconstitución celular sana. La arcilla actúa en el foco de la enfermedad y efectúa una limpieza completa y la evacuación de elementos indeseables como pus. Por su poder de absorción neutraliza y drena las impurezas de los tejidos, retiene todo tipo de líquidos y absorbe los malos olores y decolora. Su poder de absorción, en cambio, permite la fijación y neutralización de toxinas y alcaloides: la arcilla capta para evacuar los elementos indeseables del cuerpo o los productos de desasimilación, impurezas que están en estado de suspensión en los líquidos corporales como sangre, linfa y bilis, que son drenados y eliminados...