La vitamina D o calciferol pertenece al grupo de las vitaminas liposolubles. Está ampliamente demostrado que una buena parte de la población tiene los niveles de vitamina D en sangre por debajo de lo que se considera necesario; y así, el riesgo de pérdida de masa ósea y de fractura ante un mínimo traumatismo es muy elevado. Sin embargo, ésta es una vitamina muy especial ya que la produce nuestro organismo, concretamente en la piel, gracias a la acción de los rayos ultravioletas. También podemos obtenerla a través de los alimentos en forma de „precursores‟. Los precursores son sustancias que al ser metabolizadas o procesadas por el organismo se convertirán en vitaminas. Los alimentos tienen distintos precursores como el 7-dihidrocolesterol de origen animal y el ergosterol de origen vegetal. Ambos necesitan de la radiación solar para convertirse en provitaminas. La luz solar es una fuente importante de vitamina D dado que los rayos UV dan inicio a las síntesis de vitamina D en la piel. La piel oscura (con mayor pigmentación) restringe el paso de los rayos ultravioletas y así sintetiza menos vitamina D, entonces la síntesis será menor ante una pigmentación mayor. Es absorbida junto a las grasas con la ayuda del buen funcionamiento del páncreas y de las vías biliares.
Su descubrimiento está íntimamente ligado a la historia del raquitismo, habiéndose utilizado también de modo empírico el aceite de hígado de bacalao en su tratamiento. En 1935 se aisló la vitamina D pura, el calciferol del que actualmente existen unos 10 compuestos, siendo los más importantes el ergocalciferol (D2) y el calciferol (D3). Una fuente muy importante es la producida por los rayos solares (ultravioleta de onda larga), que, actuando sobre una forma del colesterol, lo activa y transforma en vitamina D3...